Galería Antai

Catalanes en Montmartre: la experiencia bohemia de Utrillo, Casas y Rusiñol

Santiago Rusiñol. Maurice Utrillo en el Moulin de la Galette, 1890. Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona

En la segunda mitad del siglo XIX, especialmente desde las décadas de 1870 y 1880, París relegó a Roma, como sabemos, como capital cultural y artística europea y como meca de peregrinación para quienes querían formarse en estos terrenos; superada la guerra franco-prusiana y establecida la Tercera República, la capital francesa fue tejiendo una red de galerías y marchantes, al tiempo que artistas de orígenes diversos se desplazaron hacia los nuevos desarrollos urbanísticos de Haussmann, escenario de salones de arte oficiales y extraoficiales.

Aproximadamente una década antes, se había incorporado Montmartre a la estructura municipal de esta ciudad, convirtiéndose en zona de ocio popular que atraería a pintores y escritores de toda Europa por su efervescencia y buscando conocimiento y hacer carrera; por cercanía, parte de ellos fueron españoles y, entre estos, muchos catalanes, hasta el punto de que Antoni Coll escribió a su amigo Andreu Solà, cuando este se preparaba para establecerse en el barrio: Qué fastidio la plaga de catalanes que invade París; esta tarde he ido a un café y había 21. También Jaume Sabartés escribió: Eso de ir a París era como una enfermedad que estaba haciendo estragos entre nosotros; yo la contraje, sin duda, por contagio.

Jaume Sabartés: Eso de ir a París era como una enfermedad que estaba haciendo estragos entre nosotros; yo la contraje, sin duda, por contagio.

Uno de los primeros en trasladarse a París, y en zambullirse en el microcosmos bohemio en torno al Sagrado Corazón, fue Miquel Utrillo, en 1880; Casas haría lo propio en 1881 y Rusiñol en 1889. El primero se estableció al principio en la Place de la Madeleine y poco después comenzó a frecuentar locales, entonces, recién inaugurados como Le Chat Noir o L´Auberge du Clou, integrándose en ambientes muy creativos y entablando una relación amorosa, y tormentosa, con la pintura Suzanne Valadon; padres ambos de Maurice Utrillo. Sería en 1890 cuando, al reencontrarse este autor con Casas, Rusiñol y Ramón Canudas, nacería el grupo modernista que remó a favor de la introducción de la modernidad pictórica gala en Cataluña; un año antes, en 1889 y finalizada la Exposición Universal, se había instalado Utrillo con Solà y Rusiñol, y poco después con Clarasó y Canudas, en la Rue d´Orient. De entonces datan óleos de Rusiñol como Una tarde fría/ Utrillo delante de la estufa, Un día gris/ Clarasó en su habitación de Montmartre y Jardín de Montmartre, representativos de su atracción por la bohemia y los ambientes marginales.

Santiago Rusiñol. Ramón Canudas, enfermo convaleciente, 1892. Museu del Cau Ferrat

Santiago Rusiñol. Erik Satie en su estudio, 1891. Northwestern University Library

En el invierno de ese año, Casas se estableció, junto a Rusiñol, en el Moulin de la Galette, en una casa donde estuvo instalado uno de los antiguos molinos harineros de la zona y que se reconvirtió en pista de baile frecuentada por pintores, modelos y obreros; para Rodolphe Salis, el auténtico corazón de París. Poco después ya estaban pintando Montmartre, con sus barracones, patios, jardines y calles grises y heladas -aquel año fue frío-; pero retrataron, sobre todo, el Moulin y su entorno cercano, el mismo enclave que antes habían pintado Toulouse-Lautrec y Renoir. No está de más recordar que Sargent, Degas, Manet, Whistler, Billotte y Lobre ofrecieron a estos artistas caminos naturalistas basados en la utilización del pleinairismo y la captación de las sutilezas de la luz.

París, no obstante, era más que Montmartre, y Rusiñol, Casas y sus compañeros también permanecieron atentos a los cambios que se producían en la ciudad y en el sistema artístico francés, dividido entre los defensores del sistema académico tradicional y los que apostaban por un nuevo modo de entender la creación artística: en los ochenta surgieron asociaciones destinadas a abrir caminos de libertad y, en 1884, varios disidentes de la Société des Artistes Français crearon la Société des Artistes Indépendants, con un salón propio para sus socios y sin premios ni jurados. A este colectivo dedicó Miquel Utrillo uno de sus artículos para La Vanguardia, lamentando que aquella libertad de exposición diera lugar a la exhibición de las que llamaba monstruosidades, pero también celebrando la posibilidad de descubrir nuevos talentos, entre ellos neoimpresionistas, postimpresionistas y simbolistas. Casas y Rusiñol ingresaron en este colectivo y expusieron en su Salón en 1891, 1892 y 1894, codeándose con Bonnard, Van Gogh, Signac y Toulouse-Lautrec.

Ramón Casas. Interior del Moulin de la Galette, hacia 1890-1891. MNAC, Barcelona

En la sexta muestra del Salón de Artistas Independientes, Rusiñol y Utrillo tendrían oportunidad de apreciar obras que representaban la vida nocturna de Montmartre, como la puntillista de Seurat Chahut (1889-1890) o Baile en el Moulin Rouge de Toulouse-Lautrec (1890); esta última mostraba una escena del local en la que Jacques Renaudin (Valentin le Désossé) aparecía en su gran sala enseñando a bailar el cancán a una bailarina y rodeado de artistas, prostitutas y gentes de vida nocturna. El empresario barcelonés Josep Oller, que acababa de inaugurar el Moulin en 1889, la compró y la dispuso en el vestíbulo, de modo que este preludio de carteles como los de La Goulue pudo ser admirado, además de por los asistentes a este espacio, por numerosos catalanes que él invitaba al lugar.

Es interesante recordar cómo los pintores catalanes entraron pronto en contacto con aquellos ambientes y descubrieron trabajos de impresionistas y postimpresionistas para filtrar algunas de sus influencias; lo vemos en el Baile en el Moulin de la Galette o en Interior del Moulin de la Galette, dos óleos de Ramón Casas impregnados del espíritu de Montmartre que prueban su afán de modernidad. Su capacidad de captar atmósferas e instantes desde puntos de vista inéditos y encuadres originales remite a Manet, Degas el mismo o Toulouse-Lautrec.

Estas composiciones se fechan hacia 1890 y, en los años siguientes, en 1890-1893, tanto Casas como Rusiñol se dedicaron a pintar París, Montmartre y las orillas del Sena desde la nostalgia de quienes buscaban la representación de la miseria urbana y un nuevo tratamiento naturalista en la pintura; en paralelo, junto a Clarasó, organizaban en la Sala Parés de Barcelona exposiciones que escandalizaban al público por ese universo temático tan lejano a los gustos de la burguesía, centrado en vicios, suburbios y mundanidad. Los lugares abandonados recibían de su parte un tratamiento formal nuevo y el mundo del espectáculo, las casas de citas y los solitarios se convertían en imágenes de la modernidad; nacía, en definitiva, el mito de la bohemia, narrado por Rusiñol e ilustrado por Casas en las cartas Desde el molino, que publicaba el citado diario La Vanguardia (su título alude a las Cartas desde mi molino de Daudet).

Suzanne Valadon. Retrato de Miquel Utrillo, 1891. Colección particular

En ese mismo tiempo, junto a Utrillo, frecuentaban cervecerías, cabarets y cafés en esa zona, como Au Lapin Agile, Le Chat Noir o Le Mirliton de Aristide Bruant, además del propio Moulin Rouge; explicó Rusiñol en La Vanguardia: En este montón de talleres donde todo el día se trabaja con afán incansable, en esta inmensa colmena en donde la luz se aprovecha hasta el último reflejo, las hormigas que la habitan se convierten en cigarras cuando la tarde languidece; en cigarras modernas, que cantan a la claridad del gas y de la blanca luz eléctrica, porque Montmartre, como buen nido de artistas, es el país de las canciones.

Hablando de canciones, en el Divan Japonais vieron en 1890 cómo Yvette Guilbert, cantante de variedades, saltaba a la fama y en L´Auberge du Clou Utrillo, junto a Pere Romeu y Homdedeu, se sumergió en las sombras chinescas, que antes habían llegado a Le Chat Noir.

En todo caso, en torno a 1893 la experiencia bohemia de Casas, Rusiñol y el mismo Utrillo daba sus últimos compases en Montmartre. El primero regresó definitivamente a Barcelona; el segundo se instaló en Sitges tras mantenerse un breve periodo en París, pero en el centro acomodado, junto a Ignacio Zuloaga, Pablo Uranga y Josep María Jordá, virando hacia el simbolismo y el decadentismo; y el último viajó a Estados Unidos, tratando de hacer fortuna exportando el Teatro de Sombras junto a compañeros de Le Chat Noir.

Miquel Utrillo. Théâtre des ombres Parisiennes, 1890. Centre Georges Pompidou, París

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Toulouse-Lautrec y el espíritu de Montmartre. Obra Social “la Caixa”, 2018

Santiago Rusiñol. Desde el molino. CreateSpace Independent Publishing Platform, 2015

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