Galería Antai

Luces (led) y obra inédita para homenajear a Sorolla

Una de las primeras exposiciones en conmemorar este año el centenario de la muerte de Joaquín Sorolla, tras las que en su Museo madrileño repasan sus comienzos y los últimos años de su vida y las que en el Palau Martorell y el Museo de Bellas Artes de Alicante exploran, respectivamente, sus notas de color y la relación que mantuvo con la pintura valenciana de su época, abrirá sus puertas el público el 17 de febrero en el Palacio Real. El escenario no es anecdótico: el artista realizó vistas de los Reales Sitios y también retratos de la Familia Real y varios de ellos forman parte de esta muestra.

“Sorolla a través de la luz” ha sido comisariada por Consuelo Luca de Tena, que fue directora de su Museo durante casi una década, y Blanca Pons-Sorolla, y conjuga la presentación de veinticuatro trabajos prestados por coleccionistas particulares y poco conocidos del valenciano -efectivamente, aún los hay- con una proyección inmersiva de sus obras fundamentales (como prólogo de las piezas) y una sección de realidad virtual en la que adentrarnos en su pasión por el mar y sus modos de llevarlo al lienzo (como epílogo).

El leit motiv de la exhibición es, como apunta su título, el que es también el centro de su obra. En etapas tempranas de su carrera, y aunque eran muchos los autores que contemporáneamente investigaban esa captación lumínica, ya se calificaba a Sorolla como pintor de la luz, por su búsqueda continua de la plasmación de sus efectos transformadores, especialmente sobre el paisaje. No era solo un objeto de estudio, sino sobre todo una pasión, como dejó por escrito: sus afanes por trasladarla a la tela en instantes concretos, primero en el mar y luego en jardines, le proporcionaban experiencias tan intensas como para llevarle a decir que no podía con tanto placer, que quisiera no emocionarse tanto y que se sentía nada menos que deshecho.

Sorolla a través de la luz, sala sensorial. Palacio Real, Madrid

Uno de los propósitos de esta exposición ha sido evocar para el espectador, en lo posible, la potencia de esas vivencias. Se abre el recorrido con dos salas que proponen una experiencia sensorial a partir de sonido e imágenes de alta resolución en las que los modelos de Sorolla, y él mismo, adquieren movimiento; a continuación una sucesión de estancias ofrecen, conforme a una disposición temática, piezas originales que, como avanzábamos, serán poco o nada conocidas por el público (un tercio son inéditas) y, por último, un capítulo más lúdico de Realidad Virtual nos conducirá a las playas de Valencia y al estudio de Sorolla entre 1909 y 1911, cuando llevó a cabo la obra elegida como sello de este proyecto: Paseo a la orilla del mar.

Sorolla a través de la luz, sala de Realidad Virtual. Palacio Real, Madrid

En un inicio esta muestra iba a tener un carácter únicamente sensorial, como ha explicado hoy Gonzalo Saavedra, responsable de Light Art Exhibitions, la firma encargada de la presentación. Pero el análisis de este tipo de propuestas, que vienen proliferando en los últimos años, planteó carencias que llevaron a modificar la exhibición: para favorecer entre los visitantes el conocimiento del artista y de su producción, que puede ser somero en este tipo de iniciativas, se ha incorporado un preámbulo cronológico e ilustrado en el que podemos repasar los hitos en la andadura de Sorolla y, sobre todo, a esa vertiente digital se ha sumado la entrada en Palacio de lienzos que tendrán mucho de descubrimiento y que se completan con cartelas que aportan contexto a cada uno de ellos, yendo mucho más allá de los datos que contiene la mera ficha técnica.

El público menos favorable a las pantallas no debe perder de vista esta sección por buen conocedor que sea del artista, y daremos razones: las obras escogidas (retratos familiares y reales, jardines y mares) revelan a un Sorolla, además de virtuoso en su inmersión en las atmósferas mediterráneas, atrevido en un tratamiento cromático que llega a recordar escenas de Vuillard (Clotilde en la cala de San Vicente) o en el empleo de esquemas compositivos puntualmente no lejanos a los de su también contemporáneo Monet.

Entre esas 24 pinturas originales reunidas en esta exposición de Patrimonio Nacional destacan dos retratos de su hija María en El Pardo, en uno de ellos enferma, convaleciente de tuberculosis, protegiéndose del sol con una sombrilla amarilla, y en el otro, ya recuperada y pintando, valiéndose de esa misma sombrilla. De ninguno de ellos quiso el autor desprenderse y no es difícil captar en el segundo la alegría de la curación. Datan ambos de 1907; poco antes, en 1905, había realizado Sorolla un autorretrato en el que se representó con expresión segura: se hallaba ya en la cima de su triunfo internacional. De la veintena de ellos que realizó, dibujos aparte, este es uno de los ocho que efectuó con carácter definitivo; el resto corresponden a bocetos.

Joaquín Sorolla. María enferma en el Pardo, 1907

Joaquín Sorolla. María pintando en el Pardo, 1907

En cuanto a sus retratos reales, deberemos prestar atención al de Alfonso XIII con uniforme de húsar (1907) y al de Victoria Eugenia de Battenberg con manto de armiño (1908). El del monarca lo pintó, sugiriendo cierta familiaridad, en los jardines de La Granja, incidiendo en la apostura propia de la juventud del rey y dejando que la luz se filtrase entre las hojas de los árboles e hiciera brillar sus medallas. Esta obra iba a formar parte de una exposición londinense del artista acompañada de otro retrato de su esposa que en la capital británica no gustó por su mantilla española, de modo que al año siguiente preparó el que podemos ver en el Palacio Real, efectuado en Sevilla, en el que ella viste de raso blanco y encajes y porta ese manto de armiño. La piel de la monarca, nacarada, casi compite en blancura con las perlas de su collar.

Joaquín Sorolla. Retrato de la reina Victoria Eugenia de Battenberg con manto de armiño, 1908

Por la frescura de su tez es inevitable fijarse también en la cabecita del entonces Príncipe de Asturias, el malogrado Alfonso de Borbón: subrayó su transparencia y el azul de los ojos. Este retrato lo regaló el mismo Sorolla a su amigo Pedro Gil, y también lo realizó en La Granja, donde desarrollaría hasta una treintena de composiciones, algunas dedicadas asimismo a su mujer y a sus hijas.

Joaquín Sorolla. Primer jardín de la Casa Sorolla, 1918-1919

Adentrándonos ya en sus jardines, no podía faltar el suyo propio, que diseñó inspirándose en los de los Reales Alcázares de Sevilla y la Alhambra, por su conjunción de monumentalidad y espacios de intimidad. El primero de su casa lo captó, en 1918-1919, bajo el esplendor primaveral, con un colorido exuberante. Y entre sus vistas marinas, contemplaremos las de Jávea y el Cabo de San Antonio, lugares de ensueño para el pintor, que regresó a ellos repetidamente.

Joaquín Sorolla. En las rocas. Jávea, 1905

Desprende alegría la escena valenciana Las redes (1893), inspirada en una casa de El Cabañal y preludio de la célebre Cosiendo la vela, tres años posterior; y modernidad Clotilde en la cala de San Vicente, donde ella aparece de espaldas y a contraluz frente al mar en el atardecer. La obra que nos hacía pensar en La terraza de Sainte-Adresse de Monet, y de su mano en Hokusai, es Figuras en el rompeolas. San Sebastián (1918), no protagonizada ya por pescadores o bañistas, sino por los elegantes que acudían a ver el mar sin mojarse.

Joaquín Sorolla. Las redes, 1983

Joaquín Sorolla. Figuras en el rompeolas. San Sebastián, 1918

 

 

 

“Sorolla a través de la luz”

PALACIO REAL

c/ Bailén. Acceso por el Arco de Santiago

Madrid

Del 17 de febrero al 30 de junio de 2023

 

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