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Tár: quién lleva la batuta

Domina el escenario, y desde luego los tiempos; su tono de voz resulta magnético y ni siquiera necesita coger la batuta y situarse frente a una orquesta para captar la atención de todos los ojos, todos los oídos. Tan contundente resulta la presencia de Lydia Tár, en figura y en discurso, y luego sabremos que también en su talento dirigiendo, que por momentos nos vemos tentados a observarla más como un personaje que como una mujer de carne y hueso, y si esperamos un poco comprobaremos que no nos ocurre solo a nosotros: su secretaria, los intérpretes de su orquesta y en menor medida su pareja también parecen haber desarrollado hacia ella una devoción extraña, entre el respeto profesional, la idolatría y el miedo a caer en desgracia.

Anticipamos, paulatinamente en los primeros compases de la última película de Todd Field, que los amables y serviciales no suelen generar en otros esas reacciones, sea cual sea el tamaño de sus cualidades, pero durante buena parte del metraje (de dos horas y media), prestaremos más atención a las virtudes de Tár: apasionada de la música y sabedora de sus muchos poderes, durante una clase revela que entiende la figura del director de orquesta como un instrumento al servicio de un arte que está muy por encima de él, en el que ha de diluirse y que lo sublima. Nada más importa, y durante muchos minutos nada más nos importa, que la elevación que causan en nosotros las melodías y los silencios y la disposición de ella para lograrla.

El genio musical de Tár no se agrietará, pero en sus relaciones personales y el trato dado a la orquesta sí surgen agujeros nuevos y se hacen más hondos algunos pasados. En sus métodos de selección, aunque formalmente válidos, se entrecruzan atracciones amorosas; el reconocimiento que ofrece a los viejos conocidos es escaso y para ellos tremendamente frustrante y el tiempo dado a su mujer y a su hija es mínimo, pero la gota que colma el vaso será el suicidio de una antigua intérprete a la que cerró puertas profesionales, propias y por intermediación. Su caso queda para el espectador en una cierta nebulosa, pero la trama nos lleva a pensar que razones personales se encuentran tras aquel rechazo.

Es en este punto, cuando investigaciones judiciales tratan de hallar la responsabilidad de Tár en la muerte de la joven y manifestaciones callejeras rodean sus actos, en el que la película podría enfocar su trama en las causas y derivas de la cultura de la cancelación o el movimiento Me Too, eligiendo tomar como protagonista a una mujer homosexual seguramente para salvar los caminos narrativos más obvios que hubiera implicado la elección de un actor y para apuntar, en un sentido más general, a que el poder puede siempre corromper (y el infinito, infinitamente) independientemente de quien lo ejerza. La película señala razones, sutilmente llevadas a la pantalla, para pensar en comportamientos abusivos, y también difamaciones basadas en palabras de la directora sacadas de contexto, pero no ensalza ni defenestra al personaje de Blanchett -de actuación sobresaliente. sin sorpresas- ni a quienes se posicionan contra ella, sino que se introduce, creemos, en un plano incluso más perturbador: el de la eterna dificultad de que quienes alcanzan la plenitud artística y el reconocimiento público, y son conscientes de ello, concilien su genio, no ya con la humildad, sino con los buenos sentimientos, el respeto, la humanidad e incluso el amor. Sin citar, sabemos que son muchos los ejemplos -y algunas, las excepciones- que podrían hacernos pensar que existe desde muy atrás una maldición que niega las grandes virtudes humanas a quienes alcanzan las mayores excelencias creativas o profesionales, como si no estuviera en manos de casi nadie hacerse con ambas y solo pudiera esperarse el equilibrio rebajando expectativas.

La Tár de los inicios continúa dirigiendo al final del filme, pero ya no a Mahler, y no la contemplaremos como un personaje sino como una mujer con rabias, desgarros, miedos y asco, a la que su propia familia considera -siempre consideró- perdida. Lo no perdido es el brío en el escenario, el oído y la actitud ante su profesión.

Field nos zambulle en el terreno escarpado que es la existencia y el trabajo para quienes parecen haber conseguido poderes de sugestión divinos… y para quienes los tienen cerca.

 

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