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Aliosky García: Expiación

“Desde arriba” es el título de una de las piezas del artista y grabador cubano Aliosky García que más me gustan, que más me impresionan. De hecho, valga la confesión, le contacté por ella. Esa obra, me temo, sistematiza y resume todo el cuerpo conceptual y de arbitrajes temáticos sobre el que se organizan en el núcleo hermenéutico de su discurso. Localizada en el encuentro y en el cruce de técnicas y de saberes proveniente de paisajes epistemológicos muy distintos, su narrativa se presenta como un soberbio texto de corte antropológico y humanista. Pero, más allá de esto que termina por legalizar la pertinencia de su voz, existe una razón por la que escribo estas líneas. Y es por el simple hecho de que me resulta una obra muy bella. Aliosky tiene la habilidad, también la virtud, de poder conjugar concepto y apariencia desde la erótica de la complicidad más absoluta.

Aliosky García. El ojo hacia dentro, 2010. Xilografía 90,5×66 cm

Claro es que su narrativa se inscribe en el gran relato de la vindicación del grabado cubano, en el contexto de esa maniobra de legitimación que halló en la recuperación del paradigma estético y el culto a la alegoría y la metáfora su caldo de cultivo. Bastaría con examinar “Tu propio cielo” para advertir la voluntad narrativa y las dimensiones simbólicas de su obra. Creo que con exactitud de conciencia o ajeno a ella, la obra de Aliosky anhela crear imágenes en las que habita un sentimiento balsámico sin que por ello la resultante sea una gramática de la consolación. Tanto es así que los temas relacionados con la carne, la fe, la incorruptible creencia en una entidad superior que nos rebasa, con el dolor, con la herida y con la incomodidad, forman, de alguna manera, el tejido axiológico de la obra prefigurando su contexto temático y de sentido. Aliosky activa lo que bien pudiera entenderse como una suerte de ritualización del soporte que asume la condición humana como objeto de indagación y motivo de expiación. Pareciera que sus piezas, en conjunto, adquieren el valor de un texto vinculante y relator de las derivas del espíritu. Es como si su imaginario pretendiese la conquista de un acto de reparación y de reconciliación entre lo doméstico y lo que está por encima de nuestra habitual mediocridad. Por tanto, la obra adquiere, así, el carácter de exvoto, suerte de ofrenda en cumplimiento de una promesa que sólo el artista conoce y que probablemente sea develada por la posteridad.

Aliosky García. La delgada línea roja, 2010. Xilografía 80×58,5 cm

El fortalecimiento físico y espiritual, sugiere su obra, es la única forma en las que lo humano forja su carácter de resistencia exaltando también su propia fragilidad y vulnerabilidad. Esto justifica, si se quiere, la concentración textual de una inequívoca carga metafórica y poética. La aspiración de sus enunciados alcanza su realización -más o menos expedita- en soportes virtuosos que construyen un puente entre el hoy y el ayer, entre la que fuimos y somos, entre la vida y la muerte. Esta apreciación gusta de reparar en el sentido paradójico de la existencia y de los propios relatos que la acompañan. Aliosky, no sé si con plena conciencia de ello, construye una obra en la que se hace evidente la ruptura de lazos entre la naturaleza y el hombre, el desvarío malintencionado que señala el abismo y la tensión que se advierte en el plano de la fe y en el de la creencia. No deja de ser extraña la sensación que me provocan muchas de sus obras. En ellas se condensa el sentido mismo de la contradicción y la emergencia de otras alternativas a lo hora de fijar la mirada sobre los accidentes de nuestra realidad. Una intención dramática entra en juego en el contexto reservado a sus digresiones conceptuales y al énfasis que pone el artista en la consumación fáctica. Y tal vez ello explica algunos de los signos de su apariencia y esa sensación de aura tan bien administrada por él.

Aliosky García. Talanquera, 2010. Xilografía 74,5×60 cm

Esta sumatoria de virtudes no redunda en el espacio barroco al que llegan muchos artistas del grabado en la isla. La obra de Aliosky negocia muy bien con la nobleza del equilibrio y la economía de recursos. No solo es evidente en la morfología y superficie; lo es también en la selección del recurso narrativo. Cada situación gira en torno a un personaje, suerte de alter ego tal vez. Su aparición le revela siempre solo, ajeno al ruido que modela la esfera de lo social. Se trata de un sujeto que se debate entre lo anodino y lo rutinario en el horizonte de una civilización y de un paradigma cultural regidos por el exceso y la catástrofe. Creo no equivocarme si prefiriese la existencia de este personaje como una especie de instancia narrativa a través de la cual se produce un desdoblamiento de la voz del artista. Es así que habla de sí mismo, de sus diferencias y contradicciones a través del otro. Y lo hace evadiendo la mirada, ofreciendo su cuerpo y el pecado, desgarrando su sexo y exhibiendo la espalda en la que se hace sentir el látigo de los (pre)juicios ajenos. Este ser asume la tragedia de las circunstancias con el corazón en llamas. Sabe que la vida está atravesada por nervios de sangre y hay que poner a prueba la voluntad y la fiereza individual frente al ímpetu gregario.

Alioski intenta sacar provecho a cada centímetro de la obra en beneficio de la construcción alegórica y de la regencia del enigma. Creo que donde mejor se aprecian las bondades de su discurso, más allá del espacio territorial de la obra, es en el hecho mismo de su visión y de su convicción de que el arte es un lugar de emancipación y que el artista (y la obra) no están siempre condenados a la reproducción palmaria y literal de la realidad. Sospecho que, en su caso, y a diferencia de otros relatores de la isla, interesa más la síntesis del mensaje que la digresión en el vocabulario de las formas. No por gusto aseguró alguna vez que una de las virtudes de la obra de arte reside en su capacidad de decir más con menos. No es menos cierto si aceptamos que la elocuencia es más poderosa que cualquier construcción retórica. Ocurre que a ratos, cuando el exceso se hace a un lado, afloran la pertinencia y la audacia.

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